“Te reciben según te presentas, te despiden según te comportas”
Francisco De Quevedo
Quería mucho a mi tío Salvador, aunque no sé si se lo llegué a decir a él en alguna ocasión. Los actos, las acciones, hablan por sí mismas, y yo creo -al menos así lo intenté- que se lo dejé entrever a lo largo de todos estos años. Mi tío no era excesivamente efusivo en cuanto a la comunicación de sus sentimientos, pero no hacía falta. Lo demostraba sobradamente. Algo parecido nos pasa a más de uno, que, por alguna extraña razón, nos cuesta expresar con palabras lo que nuestros gestos demuestran sin tanto pudor.
Una carrera ejemplar, una vida ejemplar. Jamás le escuché una mala palabra, jamás le vi un mal gesto. Todo lo contrario, un saber estar y una educación exquisitos. Qué buen maestro, que enseña sin pretenderlo, que predica con el ejemplo. Qué suerte tienen allá arriba de tener a mi tío entre sus filas, los tiene que tener a todos ensimismados escuchando cómo diserta sobre Ford, Bergman, Scorsese, Coppola.
Me vienen tantos recuerdos… Estas breves líneas me sirven para repasar los muchos ratos que compartí con mi tío Salvador. Y eso, créanme, es lo que nos queda cuando alguien tan querido se nos va de nuestro lado. Los ratos y el tiempo que hemos pasado junto a ellos. Por eso es tan importante pasar tiempo de calidad con la gente que queremos. De la última vez que lo vi y estuve con él aún tengo muy fresco ese recuerdo, pues fue hace apenas unas semanas, cuando fui a verlo a él y a mi tía Carmen, para llevarle un pequeño detalle a mi tío Salvador: el magnífico libro del Centenario del Club de Tenis, su Club de Tenis. Le encantó el libro, y estuvimos un rato curioseando y viendo las fotos. Se emocionó al leer la dedicatoria, e incluso me dijo que esas palabras que le había dedicado eran demasiado, y que yo exageraba. Humilde hasta el final.
Me acuerdo cuando iba a visitarles. No había un motivo concreto; un día cualquiera de una semana cualquiera de un mes cualquiera, siempre recibiéndome con los brazos abiertos. Los quería, y los quiero, mucho. Más que un sobrino, me he sentido y me han hecho sentir muchas veces como un hijo. Jamás tendré palabras para agradecérselo lo suficiente.
Otro recuerdo que permanece muy claro en mi memoria es la primera vez (de muchas) que me acompañó a Record, la tienda de deportes de la calle Puerta Nueva donde la mayoría de murcianos conseguimos nuestra primera raqueta, a comprarme mi primera Donnay. Aún me parece verlo en mitad de la tienda, sosteniendo la raqueta entre sus manos, y dirigiéndose a mí diciendo: “Alfredo, esta raqueta te viene bien”. A mí aquello me parecía que era cosa de magia, ¿cómo era posible que, sujetando una raqueta y cogiendo el puño, supiera que me venía bien la raqueta? Pues así era, me venía como anillo al dedo. No hubo raqueta en mi carrera tenística que no estuviera supervisada por él. Si él le daba el visto bueno, la raqueta era buena y “me venía bien”.
Los veranos en Campoamor también nos permitieron compartir muy buenos momentos. Aquellos partidos de tenis en Las Villas, con mi tío Salvador…es imposible olvidar su estampa de tenista sobre la pista, majestuoso, elegante, preciso, impecable en la ejecución de los golpes, aunque para mí lo más característico de mi tío “tenista” era ese “quejío” al golpear la bola; aún me parece escucharlo resonando en mis oídos…y en su casa de Campoamor. Cómo te vamos a echar de menos, tío Salvador, cómo te estamos echando de menos.
El mejor maestro es aquel que deja huella, y en estos días me he dado cuenta de la huella que ha dejado mi tío Salvador en mucha gente, más de lo que yo me pensaba. Mi primo Raúl me comentaba la cantidad de gente que le había escrito repitiendo una vez más las bondades de su padre. Qué orgullosos se deben sentir sus hijos y su familia de ver cuánta gente le quería. Qué orgulloso me siento yo de mi tío, Salvador Andúgar Almela.
Mi tío Salvador y el Club de Tenis, una simbiosis lato sensu. Resulta complicado disociarlos, y pensar en mi tío Salvador es, en parte, pensar en el Club. Por eso sentí un gran honor cuando desde la directiva se me pidió que escribiera unas palabras sobre mi tío. Por eso para mí fue un orgullo tremendo ver a parte de la directiva en el tanatorio. Me dije a mí mismo, esto no es un Club, es una familia. Y han venido a despedirse de uno de sus miembros.
Decía la cita de Quevedo con la que comienza esta carta que “te despiden según te comportas”. Mi tío Salvador fue un ejemplo toda su vida, y ayudó a todo aquel que se lo pidió.
Mis hermanas y yo empezamos a ir al Club por él, me apunté a la escuela de tenis por él, y mi unión con el Club estará ligada a él de por vida. Mi tío amaba al Club, y aunque suene un poco pretencioso, creo que el sentimiento por parte del Club era recíproco. Comentaba unas líneas más arriba que mi tío tuvo la oportunidad de apreciar el magnífico trabajo que se hizo desde el Club con la publicación del Libro del Centenario; le encantó el regalo, y sé que lo leyó detenidamente, curioseando por todas las secciones tan bellamente ilustradas.
La Real Academia Española debió reservarle el sillón M, de maestro. Su afán por «cuidar» el uso de la lengua fue siempre incansable y puso todo su empeño en que los demás también lo hiciéramos. Mi tío Salvador pasó gran parte de su vida compartiendo su pasión por la lengua y la corrección en su uso. Siempre dispuesto a resolverte esa duda con la mejor de las explicaciones.
Así, he repasado esta breve reseña varias veces en busca de posibles errores de redacción, semánticos, de ortografía, puntuación, porque a él no se le habría escapado ninguno (discúlpenme ustedes si alguno encuentran). Estoy seguro que desde allá arriba mi tío Salvador estará escuchando, leyendo y releyendo estas anotaciones, y sólo espero que estas humildes palabras le llenen de orgullo, ese orgullo que hacía que le brillaran los ojos al mirar a su mujer y a sus hijos, al comprobar la clase de personas en las que se habían convertido: BUENAS PERSONAS, como mi TÍO SALVADOR.
Va por ti, tito; va por ti, Salvador Andúgar Almela: un ejemplo, un MAESTRO.
Alfredo, tu sobrino.